He vivido más de 30 años como misionero en distintos lugares de Perú, donde caí “por accidente” pues toda mi preparación (durante cuatro años) había sido para ir a Africa, donde nunca llegué a estar. Acabo de llegar a España para un servicio de cinco años y, justo a la semana de estar aquí, me llega -desde el Perú, ¡oh, coincidencia!- un hermoso P.Point hablando del “Ubuntu” africano.
Puede que muchos conozcan la experiencia antropológica ahí relatada: un reto a un grupo de niños para hacer una carrera hasta la base de un árbol donde está una hermosa canasta de frutas que serán, todas, para el que primero llegue, el ganador. Los niños inician la carrera pero –por propia iniciativa- agarrados todos de la mano y llegando todos a la vez para compartir la fruta de la canasta entre todos…
Y a partir de ahí se explica el concepto del “ubuntu” remitiendo al libro de “Africa no me necesita, yo necesito de Africa” del misionero franciscano argentino en Africa. Allí se nos dice que UBUNTU es un concepto que proviene de las lenguas zulú y xhosa. Ubuntu es visto como un concepto africano tradicional. Si lo queremos traducir a nuestra lengua podríamos decir: «Humanidad hacia otros»; «Soy porque Ustedes son»: «Una persona se hace humana a través de las otras personas»; «Una persona es persona en razón de las otras personas».
O dicho de otro modo: «Una persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazada cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está segura de sí misma ya que sabe que pertenece a una «gran totalidad», que “se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos»(así lo expresa el arzobispo africano Desmond Tutu).
Imposible leer estas cosas y no comparar con nuestra peruana “cultura combi” ¿Peruana? Por desgracia podríamos decir que es global, que ha sido impuesta por el sistema neoliberal, donde el “sálvese quien pueda”, el individualismo más atroz, es la norma suprema de conducta. La combi (la camioneta rural adaptada como transporte urbano en Perú) se ha convertido en un símbolo de esa cultura individualista. En ella cada uno –el conductor, el cobrador, el vendedor ambulante, el pasajero…- va a lo suyo, sin importarle los demás.
El conductor y cobrador tratan de bloquear el paso a los vehículos que vienen detrás para coger el mayor número de pasajeros, aceleran o ralentizan la marcha (según le haya dicho el “datero” de la esquina –por cuya información pagaron unos centavitos- si hace mucho o poco tiempo pasó la combi anterior), te tratan como rey hasta que subes (paran en cualquier parte para recogerte) y, ya arriba, eres un carnero o un costal de papas, te maltratan, te empujan, te gritan: “al fondo hay sitio, péguense, va vacío”. El vendedor sube y suelta su largo rollo sin importarle que su voz se cruce con la cumbia o salsa a todo volumen, si no le compras puede caerte hasta una maldición. Los pasajeros se empujan, se pisan, se pelean por los asientos en los que literalmente no caben las piernas…Por muy llena que vaya la combi, para el cobrador “el carro está vacío” y siempre cabe uno más, es cuestión de empujarse un poquito (el problema es luego para bajarse…)
¡Cada uno piensa sólo en sí mismo y su interés del momento! Cada uno quiere entera la cesta de la fruta y no ha pensado en compartirla…
Por supuesto que en las culturas tradicionales indígenas peruanas hay muchos signos que empatan bien con el ubuntu, pero en la cultura urbana es difícil conservarlo y protegerlo. Lo global –en este caso lo peor de lo global- se impone. Claro, la calidad de vida baja, el stress, las depresiones y traumas se agravan, los que viven cerca pagan las consecuencias, las familias se desintegran, (los adolescentes y jóvenes se van a las “pandillas”) los sicólogos y siquiatras tienen más trabajo…
Ojalá que nos contagiemos un poco del ubuntu, este concepto de la ética africana y de este modo de pensar que tanto bien nos harían para superar el galopante individualismo en que vivimos. SI AL UBUNTU, NO A LA CULTURA COMBI.
Padre José María Rojo